Ustedes no lo saben, pero al menos nueve de cada diez personas que
lean este artículo, están siendo amenazadas en su salud, su economía
doméstica, su empleo y su bienestar personal y familiar por la
negociación del TTIP.
El TTIP (Acuerdo Trasatlántico para el Comercio y la Inversión) es
una iniciativa de las grandes corporaciones económicas y financieras de
Estados Unidos y la Unión Europea para crear una zona de libre comercio
entre ambos subcontinentes. El objetivo es acercarse a un "mercado
único". Para ello, lo primero será reducir o eliminar los aranceles
comerciales para que la producción de un estado pueda venderse en libre
competencia en el resto de los estados. Pero en segundo lugar, para que
ese mercado sea "único", exige la eliminación de todo tipo de
regulaciones: laborales, sanitarias, ambientales o de protección del
cosumidor, que puedan introducir una diferencia entre USA y la UE.
Para las grandes corporaciones el negocio es redondo: más mercado y
menos exigencias. Es decir: nuevas oportunidades para absorber o
eliminar a pequeños competidores y para ahorrar costes, al eludir
obligaciones regulatorias que desaparecerán. El incremento de la
rentabilidad empresarial, mayor cuanto más grande sea el grupo, es
evidente.
Los defensores del TTIP afirman que su implantación creará puestos de
trabajo y riqueza. Se trata de lógica ultraliberal pura. De los
principios idelistas de Adam Smith según los cuales la ley de la selva
del mercado hace surgir por sí sóla una autorregulación perfecta.
Desregular implica, para estos liberales, favorecer la distribuciíon
internacional del trabajo y permitir que la mano invisible del mercado
aporte riqueza y bienestar para todos.
Es mentira. El mercado desregulado es el creador de maravillas del
progreso como la burbuja inmobiliaria, la crisis energética y la amenaza
del calentamiento global. La distribución internacional del trabajo en
un mercado global es hoy la principal causa de muerte. Provoca hambrunas
en países de África cuyos gobiernos optan por producir para la
exportación en lugar de para alimentar a sus habitantes; genera las
condiciones para la explotación laboral infantil e impide que se
investiguen enfermedades cuya curación no es rentable. La mano invisible
es esa presión en la garganta que sienten millones de parados o las
familias que no tienen qué poner en su mesa.
Para la economía granadina, la amenaza no es menor. Para cuando el
TTIP se haya traducido en poner a competir a nuestros agricultores de la
vega con las extensiones hotofrutícolas transgénicas de California, ya
será tarde. Se trata de nuestros empleos. Se trata de que la fábrica de
Torras Papel, la de PULEVA o la planta de PORTINOX, tengan que entrar
en "libre competencia" con centros productores norteameericanos que
afrontan muchos menos costes. El capital norteamericano, que se
beneficia por lo general, de legislaciones ambientales más laxas y de
menos protección de los consumidores, puede vender mucho más barato.
¿Qué hacemos? ¿Aceptamos la competencia desigual que acabará amenazando
los puestos de trabajo o dejamos de proteger nuestra agua, nuestro aire o
a nuestros hijos? Se trata también de que en nuestros supermercados se
vendan alimentos procesados sin un etiquetado que nos alerte de lo que
llevan o no; de que no podamos frenar la entrada de transgénicos en
nuestros campos; de que la creación artística se vea sometida al código
de las multinacionales que impera actualmente en Estados Unidos... en
definitiva, de perder algunos de los elementos que hacen que los
trabajadores disfrutemos una mayor calidad de vida en Europa de la que
existe al otro lado del Atlántico.
Debemos entender que el TTIP es, sobre todo, un proceso pensado por y
para favorecer la concentración del capital. Quien más tiene y puede,
podrá y tendrá más. Quienes menos tenemos, quedaremos más desprotegidos
frente al dios mercado, con empleo y más precario, pues la
competitividad empresarial global lleva décadas resolviéndose a través
de la precariedad laboral. Debemos entender que el TTIP es, sobre todo,
cuestión de clase... y no se engañe, estimado lector. En esto usted,
como yo, es clase trabajadora.
Quienes ahora clamamos contra el TTIP somos los mismos que hace 15
años clamábamos contra el fondo monetario internacional, la pérdida de
sobería del tratado de Maastricht, la economía convertida en casino
financiero o la irresponsabilidad de las políticas que provocan el
cambio climático. Entonces éramos "radicales". Ahora la mayoría sabe que
teníamos razón ¿Tendremos que lamentar dentro de 15 años no haber
frenado la barbaridad del TTIP?
Publicado en elindependientedegranada.es 24.junio.2015
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